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* Pregón Antonio Burgos - 2008 (2º Parte)








Costaleros y capataces en el Cielo 
Y cómo anda el paso de la memoria, cuánta Sevilla calza... Listero, déjame ver el cuadrante. Ahí van igualados, óle la gente güena, vamos a echarle casta: El Balilla, Hierro, Jiménez, Canela, Colino, Corneta, Palma, Reyes, Oliva, El Poeta, Cerezo, Vargas, Cangrejo, Candi, Pollero, Cerrojo, Cantaó, Tagua, Pileño, Lérida, Amores, Catrafa, Pingüino, Hipólito... Nobilísimos caballeros cubiertos ante el Rey de Jerusalén con la ropa de arpillera de los sacos del muelle. Y Pepe Portal sigue trayendo a su Cristo de la Salud desde un San Bernardo donde Antonio Filpo Rojas sigue proclamando que esta Difícil Ciudad de Sevilla es sencillamente Mariana. Y Juan Carlos Montes no se ha quitado la faja tras comprobar que, si se lleva al Cristo de las Aguas a su capilla del Rosario, la puerta que conduce más directamente al cielo es el Arco del Postigo. Donde Miguel Cid reescribe su copla concepcionista:


Todo el mundo en general,
de Campana a Catedral,
por la carrera oficial,
se venga a rezar conmigo,
y responda cuando digo:
"Pura y Limpia del Postigo...
¡Sin pecado original!"

Y con un fondo de bergantines que van para Veracruz y de goletas que vienen de Cádiz o de La Habana, qué más da, empernacado en su silla, junto a San Fernando, San Isidoro y San Leandro el de las yemas, allí, en la piedra del escudo del Postigo del Aceite, nos dice El Pali el palimpsesto de sus capataces en el cielo:


¿De quién es esa cuadrilla
que anda tan de Triana?
La de Cristo San Gonzalo, 
que la manda Juan Vizcaya.



¿De quién es esa cuadrilla 

que lleva a la Buena Muerte? 

Son los niños estudiantes
con el Gordo Penitente.



¿De quién es esa cuadrilla,

Calvario y Presentación?

Es la de Javier Fal Conde,
y es su Patria, Reina y Dios.



¿De quién es esa cuadrilla,

gitanos, que entra en Campana?

Es la de Domingo Rojas
y El Moreno de la Plaza.



¿De quién esa cuadrilla

que trae a la Macarena?

Pues ni lo sé ni me importa,
llevando arriba a Quien lleva...
¿Qué me importa a mi el dragón,
ni quién toca el llamador
si suena el golpe y camina
por las calles de Sevilla
La que es la Madre de Dios?



Miércoles en coplas


Todo va pasando tan rápidamente como un sueño, en esta larga metáfora de la vida del hombre que es la Semana Santa. El Domingo de Ramos fue como si Sevilla saliera de cuentas del largo embarazo de la Cuaresma. El día en que la ciudad nace. Por eso aquí celebramos tan poco la Navidad. ¿Qué mejor Navidad que el Domingo de Ramos? ¿Qué Nochebuena más buena que la Madrugada? Dios nace en el Belén de Sevilla y ángeles costaleros dan gloria a Dios en las alturas de las levantás. La Semana será tan fugaz como una vida. Y las coplas flamencas nos dirán sus verdades:


Vaya puente y vaya luz...
Sube desde San Bernardo
el Cristo de la Salud.
No le llames el puente
de los bomberos,
¿no ves que junto al Cristo
viene un torero? 
Que de lirios le ha llenao
Pepe Luis para su Cristo
el cartucho de pescao. 


Virgen del Refugio,

tus respiraderos

tienen los remates, los machos y cabos
de un vestío torero.



Qué suerte tiene que ser

ser cántaro de aguaor

junto al Cristo de la Sed.



Qué injusto siempre el destino:

"Nadie habla de mi caballo", 

viene largando Longinos.
Y dice en la Catedral:
"No se la quiero pegá,
pero si no se la pego,
no es el Cristo la Lanzá..." 



Tallando al Cristo de Burgos,

Vázquez el Viejo decía:

"Si su nombre es de Castilla,
éste será de Sevilla
al pasar la Alcaicería."



En la Ciudad de la Gracia

siempre El Mudo de Santa Ana

va con Las Siete Palabras.
Esto es Sevilla: 
¡qué discursos da El Mudo
con la manguilla!



Vente, niña, al Arenal,

pá saber cómo es Sevilla: 

se forma una cofradía
en el patio de cuadrillas...
y es la cosa más normal. 



En la plaza El Arenal,

paseíllo de los tramos

de Piedad y Caridad.



Faltan los alguacillos:

y en la plaza de los toros, 

los tramos del Baratillo.
(Y El Pali por lo bajini
va y me dice: "Ahora mismito
le digo que baje al Quini.")



En La Piedad de su muerte,

Cristo en brazos de su Madre

es Dios repartiendo suerte. 



Y en cuanto cruza el cancel, 

esa Caridad torera

acaba con tó el papel.



Cómo es Sevilla, chiquillo, 

éstas son cosas de aquí:

porque a este paso misterio,
A esto que vale un imperio,
me lo llaman Baratillo... 
¡Será pá no presumí!



Pasando los Panaeros

por la calle Tetuán

vareaban el olivo,
qué fuerza, las levantás.



Su clavel encendío,

Virgen de Regla,

te reza por Rocío,
que es de tu tierra.
Que en Chipiona
se rompió ya a tus plantas
como una ola.



Capilla Los Panaeros,

mañana ya es Jueves Santo.

¡Qué poco dura lo bueno!


La Semana Santa de arte mayor


Nunca podemos creer ni que todo pase tan pronto, ni que sea verdad tanta belleza. ¡Lo que estará en la calle esta tarde! ¡Pues anda que esta noche! ¿Y mañana Viernes? Como los años se te pasan volando, se van estos días grandes, y se te viene la vida encima, de golpe. Muerte del Señor aparte, son días de luto y de tristeza... porque esto se está empezando a acabar. ¿Qué día de toda la Semana pasa más pronto que la tarde del Jueves Santo? 
Porque llega ese momento de ilusión, de nervios, de cansancio, en que las últimas peinas del Jueves Santo se cruzan con los primeros abrigos de la Madrugada. ¡Ya hay gente en las sillas esperando! Sigues sin creerte la belleza de lo acabas de ver. La que conmovió al poeta Rafael de León en el abono de su silla en una calle Sierpes de mantillas con peinas bajas, vagones de arvellanas y clarines de la Caballería del Brigada Rafael, cuando en el jardín de papel de su genialidad improvisó la saeta:


Pasión le llama Sevilla 

y es de Pasión un clavel.

Hinca, hermano, la rodilla

ante esta maravilla
de Martínez Montañés.

No puede ser verdad tanta belleza grande y antigua del Jueves, arrebujada en los bullones del manto de la Virgen del Rosario. No te crees lo que estás viendo, ni lo que ha de venir. ¡Esto sí que es ya la Semana Santa de Arte Mayor, el palio de la Virgen de la Victoria, el chirrido de vencejo del gozne del Descendimiento del Cristo de la Quinta Angustia! La Semana Santa soñada, existe. Callarse, que me parece que se oyen los tambores de la Centuria a lo lejos, mientras la perfección de la Virgen del Valle va a entrar, ojos verdes como la albahaca, en la antigua iglesia de la Compañía...


La Bética derrota a Roma 

Julio César, cuando conquistó las Galias, no traía tanta tamborería, ran, cataplán, ni tantas plumas como traen por la calle Capuchinas, llenando de viejas trompeterías los balcones de geranios. Vienen conquistando Sevilla, ran, cataplán, el pasito quedo y arrastrado, compás de paseíllo torero mientras suenan las notas de "Abelardo", la alegría en la cara.
Salieron muy temprano de junto a las murallas romanas. Dicen que son pescaderos de la Encarnación; que aquel de la escolta tiene un puesto de recova en la plaza de la Feria. Dicen que salen sólo hoy, cuando a la tarde todos los azogues de todos los viejos espejos de San Gil y Omnium Sanctorum se llenan de plumas y corazas. No creáis a quienes tal dicen. Son de verdad soldados de Roma. Al capitán que los manda lo dejó aquí Julio César para que le cuidara el cortijo, una vez que cercó la ciudad de muros y torres altas donde hoy pudieran resonar sus tambores, agitarse sus plumas, en el pasito torero que traen, ran, cataplán. Ved sus caras. Tienen el perfil de mármol de los viejos patricios de la Bética. Hoy se han tomado un día de asuntos propios en Itálica y se han venido a salir de armaos. Y ya llegan a San Lorenzo. Julio César, cuando conquistó la Galia, no traía tanta imperial tamborería. Ya ha cambiado el compás de los tambores. Ya no suena a paseo militar. Tocan lentos, y lento se les hace el paso. Vedlos avanzar hacia la casa del Señor, como en un salmo. Las puertas están abiertas. La Bética siempre le abre las puertas a Roma: para que se nos quede. Dentro hay otra Sevilla. Hay un Hombre de Dolor. Y una escolta que hace como que lo defiende de los dioses de Roma. Doce, quince altos nazarenos con la túnica negra, como estatuas. Y los tambores siguen sonando. Arrastran ya los pies alados estos Mercurios sobre el mármol de las promesas. Ya resuenan los tambores bajo la bóveda. Ya están los altos capirotes más esculpidos, más pintados que nunca. A pasito quedo, de paseíllo, ran, cataplán, la Roma clásica pasa ante el Barroco. Y algo tiene que ocurrir, algo de batalla hay en San Lorenzo esta noche. Porque los altivos soldados macarenos que tan pintureros entraron, ran, cataplán, llorando salen. El tambor sigue sonando, compás en las plumas, arte en el paso, pero traen los ojos vidriados. Hombres como trinquetes se emocionan al ver al Señor, escoltado de sus leales canastillas. Dos Sevillas frente a frente.
Nunca hubo, nunca, en la Bética batalla tan incruenta como esta noche en San Lorenzo. Julio César nunca trajo, ran, cataplán, tanta tamborería. Hoy se sabe que Roma pierde. Hoy, de San Lorenzo, las viejas cabezas romanas del mármol de Itálica salen con una lágrima en los ojos. Constatada su derrota, de nuevo vuelven a las murallas de la Macarena para rendirse nuevamente ante la Madre que parió Al Que hace llorar a las legiones de Roma.

El Ángelus loco


Y se oye el Silencio. El Silencio se ve. En un mundo que silencia a Dios, Sevilla oye su Silencio, cuando lo ve avanzar abrazando su Cruz de Jerusalén. La lleva al revés que los otros Nazarenos. Y es que el Nazareno del Silencio escribe derecho con los renglones torcidos de Dios. Un primitivo nazareno lleva la desnuda espada del más caballeresco lance de amor que hubo en la Sevilla que fue Puerto y Puerta de las Indias; un duelo a última sangre para defender el honor inmaculado de la Virgen de la Concepción, para la que Murillo estaba inventado el color de estos cielos, para cuando termine la Madrugada del Silencio. La Madrugada ocre del Cristo que le presta su nombre al Calvario donde murió por Sevilla. Y en la dual ciudad barroca, frente a los negros silencios de esparto, la madrugada de los aplausos de terciopelos verdes y morados. Madrugada de los relojes locos. Y en esta Sevilla donde los seises son diez, el Pasmo de Triana nació en la calle Feria y en la calle Betis el torero de una Alameda que multiplica a Hércules por dos, cuando llega esta noche, el Angelus se reza a la 1 de la Madrugada: "El ángel del Señor anunció a María"... Y el ángel es un niñato en lo alto de un contenedor de basura, que en el Altozano o en la Resolana se transforma como si lo pintara Fra Angelico y le anuncia a la Virgen que es la Llena de Gracia, Se lo dice en latín de la Bética: "¡Guapa!". Y la bulla lo traduce, toreramente, por un óle. ¡Óle lo bien que está cuajando Cristo la faena de la Redención! Hasta San Pedro, en una plaza que es como la de La Algaba, en la Plaza de los Carros, se ha adelantado en el Huerto de Montensión. Le ha juntado las manos a un romano y le ha cortado la oreja, porque en Jerusalén (como no era Sevilla, aunque se le pareciera) bastaba con la orejita de un romano escaso de romana para salir, como salió el Cristo de la Misericordia del Baratillo, a hombros de los brazos de la Virgen de la Piedad, por la Puerta del Príncipe de la Salvación.

Los óles de la Madrugada

La saeta cambia el tercio
con el óle de la plaza. 
Y Sevilla en ese óle, 
señores, es que lo clava. 
El hoyo de las agujas
es la plaza que se calla
cuando tiene que callarse: 
arte del silencio llaman. 
Voz del pueblo, voz del cielo; 
y el óle, bulla que habla. 


Ese óle es el amén

que aquí nos sale del alma.

Dicen que cuando los moros
el óle significaba
exactamente «por Dios»,
y que en árabe era «wallah»,
el de aquel Tejar del Moro
que enladrilló la Giralda.
Sabe coger mi Sevilla
lo mejor de cada casa: 
de Roma coge un armao 
y a Muza le pide el «wallah» 
para poderlo gritar
a la Centuria que pasa:
¡Óle los armaos guapos!
¡Óle la escolta y la banda! 
¡Óle el pájaro de Roma
que nunca el vuelo levanta 
y que tiene en el Senatus 
la más imperial alcándara!
¡Óle y óle la gandinga
de la gente de la plaza 
que va escoltando al Sentencia,
Emperador de corazas, 
cuya Sentencia que recurren
escritos con plumas blancas! 



Y nada digo, señores, 

si el óle suena en Triana...

Que lo digo de verdad, 
que no naquero de ojana...
En cada saeta nueva
el óle se desparrama 
del Zurraque al Altozano, 
desde Santa Ana a la Cava. 
Aquí Triana descorcha, 
qué noche buena, sus Cavas:
la Cava de los Gitanos
con el Caballo cabalga; 
la Cava de los Civiles
trae flores de sus ventanas
a ponerlas en un palio 
que como goleta avanza.
¡Óle, óle esa cuadrilla!
¡Óle, óle, así se anda! 
Y en llegando al Altozano
óle le dice la estatua
de Belmonte, que a la noche
la para, la templa y manda. 
El izquierdo por delante
lleva el Caballo en su carga,
carga de caballería
que va a tomar La Campana. 
Y allí en la confitería, 
tan antigua y tan romántica,
cuando lo ven los pestiños, 
de miel se les caen dos lágrimas. 



Y en llegando los Gitanos,

loca la brújula acaba

conforme avanza esta noche
de cofradías de capa.
Porque un óle calorró
suena junto a otra muralla. 
Es que ha tocado un martillo,
como si un cante cantara, 
y el Señor de la Salud 
en su paso se alevanta. 
Ya empieza a vender la cal
que blanquea la mañana. 
Vestido de casamiento, 
con pasadores de plata, 
se va romper la camisa
con la gente de su raza.
Y por eso dicen óle 
con compás que nadie iguala. 
Canta Manolo Mairena
la saeta más amarga
que sabe a clavo y canela, 
a las más ilustres casas:
la Casa de los Montoya
y la casa de los Vargas; 
la Casa de los Ortega
y la Casa de los Alba.
Cuya Casa de las Dueñas 
los que venden cal encalan. 
Pinta sus armas la sombra
del Señor en la fachada
y dice que los Gitanos 
son también grandes de España.


En la inmensa soledad de la bulla

Y la memoria, No hay una sola Semana Santa. Hay tantas como sevillanos salen a ver las cofradías. Días de encuentro con Dios en la inmensa soledad de la bulla. Nunca se está más solo que soñando los propios recuerdos en una calle llena de gente para ver pasar esa cofradía que es parte de tu propia vida.



En esta madrugada de siglos de concordia, 

antes que los vencejos vengan quebrando albores

de capirotes verdes de terciopelo antiguo, 
aún no sé por qué Arco o esquina de mi barrio, 
antes que la zancada del paso racheado
le dé un andar de Hombre al que todo lo puede,
antes de que la noche se mire en un espejo
de negros capirotes y ceras de tinieblas,
vendrán rompiendo el tiempo con esa cruz de guía
dos faroles sin fecha que me sé de memoria. 



Esta noche, maestro, su farol en la calle,

dirán los aprendices que llegaron de seises

a aprender de tu oficio de aguja y jaboncillo. 
Eras joven, tenías un taller de alfayate
y un amor de oficiala que te enhebró su vida.
Te llamaban maestro, lo eras de tu gremio
y también de la vida, de llamarle Sevilla
al gozo y la alegría de tu puro en los toros. 



Yo sé por qué salías, tu farol en la mano, 

como antes el cirio del tramo del Senatus, 

hasta alcanzar la gloria de pareja nombrada
o un primor de plateros en un altar de insignias. 
Perdona que revele la promesa que hiciste, 
cuando yo me moría y fuiste a San Lorenzo
a pedirle al Cisquero, al que todo lo puede, 
que aún no me llevara y hoy pudiera aquí hablarte. 
Por eso cada noche que de casa salías 
con la túnica negra y el largo capirote, 
el camino más corto para tus pies descalzos
era el largo camino de dudas que ahora piso.



En esta madrugada yo sé que voy a verte, 

maestro, nazareno de promesa, descalzo. 

Esta noche presiento que voy a ver tu mano
llevando luz sin tiempo junto a una cruz de guía.
Esa mano visueña que la reconocía
en cada madrugada por el signo indeleble
del callo del trabajo de aguja y de tijera.



Calla, calla, ya vienen. Castelar está a oscuras.

La Puerta que cruzaste tantas tardes de toros 

se ilumina de cera, Arenal en silencio. 
Si Mar es esta calle, es mar de capirotes. 
Y ahora doblan la esquina de botica y quincalla, 
que les va abriendo paso aquella cruz de guía. 
Y vienen los faroles. El tuyo lo conozco. 
No conozco otra cosa que la luz de su plata,
en esta madrugada que es la misma de entonces.



La mano que lo lleva es tu mano, que has vuelto. 

Yo sé que no te fuiste una noche de junio

que San Pedro lloraba en cornetas de lágrimas. 
Sé que sencillamente ibas a San Lorenzo
a sacar para siempre papeleta de sitio
para darle las gracias en persona al Cisquero, 
en esa cortesía con que aún te recuerdan, 
ay, maestro alfayate que me diste la vida.



Perdona que no mire tu farol cuando pase. 

Sé que vas a decirme adiós con esa mano

de callo y de tijera con que llevas la plata
de la luz de Sevilla, farol de cruz de guía.





El gozo de la fugacidad







Y a Ti, La Que está en San Gil,
junto al Arco y la Muralla,
junto a donde el mismo César
te dejó a un armao de guardia,
cuando tengo que nombrarte,
me faltan ya las palabras.
Te iba a decir azucena,
iba a decirte espadaña,
iba a decirte repique,
iba a decirte campana.
Te iba decir buganvilla,
te iba a decir jacaranda,
te iba a decir magnolia,
¿habrá flor más sevillana?
Te iba a decir jazmín,
y te iba a decir acacia,
nardo pensaba decirte
con yerbabuena y albahaca
de los verdes terciopelos
y el merino de las capas,
San Basilio en el recuerdo
de una columna entre llamas.
Te iba a decir primavera,
te iba a decir Madrugada,
noche pensaba decirte
y te iba a decir alba;
te iba decir luz divina
con la carita cansada...
Así pensaba decirte,
resplandor de la mañana.
Te iba a decir blanca toca
en el zaguán de Sor Angela,
Salve Regina en Alcázares 
junto a San Juan de la Palma,
te iba a decir calle Feria,
te iba a decir calle Parras,
te iba a decir Escoberos,
pensaba decirte lágrima,
iba a decirte sonrisa,
fugaz belleza que pasa,
relámpago de dulzura,
Gioconda divinizada.
Iba a decirte perfil
y leyenda de una mancha.
Yo te iba a decir huerta,
y te iba a decir plaza, 
te iba a decir Callejones,
y te iba a decir Gracia,
o quizá sencillamente
iba yo a decirte: "¡Guapa!"
Iba a mirarte... y no puedo:
¿quién te aguanta esa mirada?
Que no se puede aguantar
la belleza de tu cara...
Como todo te lo han dicho,
mi silencio es el que habla,
pues verás, Niña del Arco,
que hay un nudo en mi garganta.
Y sólo digo tu nombre,
ése que todo lo alcanza,
como te nombra Sevilla,
como tu barrio te llama,
como un viejo macareno:
¡mi Virgen de la Esperanza!


Sevilla se arrodilla con Triana 
Nadie se pone de acuerdo

en dónde empieza Triana. 

Las fronteras invisibles

que no vienen en los mapas 
cuando se ven claramente
es el Viernes, de mañana, 
cuando ha vivido Sevilla
su ritual Madrugada
y con las claras del día
se ven las cosas tan claras.



Que en el Arco del Postigo,

en donde estaba la plaza, 

Sevilla es ya trianera 
y Arfe es la calle Larga, 
y Altozano el Arenal 
cuando en la abierta mañana
anuncia una cruz de guía
con bocinas plateadas
y faroles marineros:
"¡Ahí viene ya la Esperanza!". 
Bajando del Alfolí, 
un Caballo abriendo plaza
y un Señor que cae en la tierra,
en la tierra sevillana, 
para que Sevilla vea
que Triana lo levanta. 
Las Tres Caídas de Cristo
en cuatro zancos la alzan. 
Almirantazgo en cornetas, 
gorras y guerreras blancas
con los tambores que rufan
y al mundo entero proclaman
que las calles del Postigo
se han hecho Arrabal y Guarda.



Y ahora llega a la capilla

del Arco de la muralla

una Virgen bajo un palio
que es bergantín o fragata, 
bamboleo marinero
en los escudos del ancla. 
El cristal de la cancela
es espejo que proclama
ese dogma de Sevilla 
que hizo arrodillarse a un Papa:
aquí está la Pura y Limpia,
del Postigo la Esperanza, 
que Inmaculada en Sevilla 
y Pureza es en Triana. 
Y se repite en las flores, 
y se repite en la gracia, 
se repite en la belleza
tan morena de su cara.
Puso Fernando Morillo
encajes en oleada, 
tal como canta su Salve,
una brisa de bonanza, 
con el fajín de almirante
de un Rey marino de España,
que en Triana a la Purísima
como Esperanza proclaman, 
por eso en calle Pureza
tiene su cuna y su casa.



Y ya desde aquí hasta el puente, 

puertas del sol de su plaza, 

el Arenal sabe a barbo, 
sabe a verdes avellanas, 
a sábalos en adobo
y a Catedral de Santa Ana. 
Calle Adriano adelante, 
en el Pópulo la paran. 
Suena la vieja saeta 
que recuerda la cerámica,
de los presos tras las rejas, 
la que escuchó Font de Anta. 
"Soleá dame la mano",
dame la mano, Triana,
choca esos cinco, Arenal,
que el Viernes por la mañana, 
tú dejas de ser Sevilla, 
y sueñas con ser la Cava, 
cuando viene la que es Reina
del río y la mar en calma:
se secó el Guadalquivir
con la emoción de las lágrimas. 
Que traen las aguas del río 
los cantes de la Velada:
"Qué bonita está Triana
cuando le pones al puente
tu bandera, Capitana". 
Y no hay puente ni Altozano, 
que no hay más puente de barcas
que el que nos lleva hasta el cielo
rezándole a la Esperanza
esa Salve marinera
que huele a alfar, suena a fragua:
"Dios te salve, Pura y Limpia, 
Reina, Madre y Capitana
del Arenal, que Sevilla
se arrodilla con Triana".



Barco carretero para la Galeona de la Luz

La ciudad aún duerme tras la larga Madrugada. Sevilla es el único lugar del mundo donde hay una Madrugada que termina a las 2 de la tarde. Roma da la hora sexta en la campanita del Baratillo. Del Aljarafe le llega al barrio del Arenal un sol torero. Sol de oro perulero en el muelle de la Carrera de Indias. De pronto se abren las puertas de la capilla de los Toneleros. En el momento exacto, va saliendo a la vida la Pasión y Muerte del misterio más completo. Casi se da de cara con los balcones con recuerdos de Galerín, de los Contreras, de los viejos almacenes de efectos navales, de la vara de diputado mayor de gobierno de Juan Castro. Como si fuese la vez primera que ocurriera, la hermandad nace como cofradía en la calle, túnicas de antiguo terciopelo azul como de Corte Chica de San Telmo, Cruz de Santiago y lises de los Montpensier, negros guantes de piel. Tiene algo de parto la salida. Meses de gestación dan este fruto de amor. Si se ve, es por el esfuerzo en los cuellos, en las cinturas fajadas, en el dramático quejío de la hojarasca de la madera del canasto que estiba el dorado cabo marinero: ¡Más a tierra esa trasera!

Ves zarpar tu querido barco de caoba, el galeón de sueños que suelta las amarras de su dorado calabrote, en el que un Divino Embarcado, el Señor de la Salud, se está siempre yendo para la calle de la Mar, que es el morir. En un abrir y cerrar de ojos se obra un año más el milagro de lo imposible. El paso sale. ¿Lo saca el capataz o un práctico del muelle, en este Arenal tan ribereño que aquí al lado mismo, como en Sanlúcar, está la Virgen de la Caridad?

La capilla, tramo a tramo, insignia a insignia, se ha ido quedando vacía. Alma sin cuerpo de nazarenos de Cristo. Ya salen los de la Virgen. Y como una metáfora de la vida, cuando te das cuenta está en la puerta lo que anuncia el principio del final: el estandarte. Y pensando en la brevedad de la vida o de la salida de la cofradía estás cuando oyes el golpe del llamador. Ya está cuadrado con la puerta el palio armonioso de esa divina Señorita Consignataria del barrio de los cargadores de Indias, la Virgen del Mayor Dolor, pidiendo un García Ramos que venga a pintar su trasera con el manto de las Antúnez. Silencio en una calle de corbatas negras de los que ya no están, pero sí están: de Luis Rodríguez Caso, de Juan Moya. Y un silencio de mármol, cuando la voz del capataz resuena por retablos y azoteas: ¡Más a tierra esa trasera! Varal a varal, el palio sale. Suenan fuera las palmas y la Marcha Real. Y con la misma exactitud con que se abrieron, "in ictu oculi", se cierran las puertas por donde salió la cofradía. Por donde El Arenal la parió, alumbró de cera a la Luz misma de esta Virgen de la Luz que, Galeona de la calle Varflora en su barco de recuerdos, ya va ganando el barlovento de la tarde por el Compás de la Laguna.

Has visto antes, cerca de aquí, en la calle Bayona, en casa de tus padres, este interior de capilla vacía de donde se ha ido la cofradía. ¿Acaba de salir o se la acaban de llevar? El quejío de la caoba de la canastilla yéndose tiene mucho de caja mortuoria que se llevan. Las garras de bronce se aferran con los zancos al tiempo que queremos detener. Este interior vacío, sin el calor de la cofradía, tiene mucho de casa de donde se acaban de llevar para siempre, ya muerto, a alguien querido. Todo, como en la casa de donde se llevaron a tu madre, a tu padre, es el memorial de una ausencia reciente. Aquí estuvo el altar de insignias en la gloria de la mañana. Aquí, en estos mármoles, los dos pasos con los mejores recuerdos de tantas familias del barrio. Hace la eternidad de un instante estaba la cofradía aquí, entera, llena de vida y ahora... Y ahora, ya... Suena fuera, lejos, la marcha de palio, con un aire funeral, por la Esquina del Negro, cerradas las puertas de la capilla vacía. Alguien muy querido se le ha ido al barrio: la cofradía. Pero nunca para siempre. Metáfora de la fe, a la noche vendrá la resurrección, cuando todo en la capilla ahora vacía vuelva a la vida tras la Pasión y Muerte del Cristo de la Salud, con la cofradía que entra, saetas a la Virgen del Mayor Dolor que se nos clavan, yayayay que sangra un ay, en la luminosa herida de la tarde. Hasta el año que viene si Tú quieres... "antes que el tiempo muera en nuestros brazos".
Y en el aire sereno del señorial terciopelo azul del barrio, "vestido de hermosura y luz no usada", queda la copla que sale del serrín de una taberna... 



A este Arenal marinero

envidia das, costalero,

que llevas muerto en la Cruz
al Cristo de la Salud,
y en la amura de un costero
a la Virgen de la Luz,
¡óle el barco carretero!


El muñidor de Valdés Leal







Viene por la calle Dueñas, en el anochecer, la cruz de manguilla, y delante suena, lastimera, antigua, tristona como el día, la campanilla del muñidor de la Mortaja. 
Sevilla le da a Dios el rito de sus entierros. La Mortaja tiene mucho de entierro de la Caridad, de escudo de su hermandad: Sevilla fue un corazón en llamas que alzó una Cruz. ¿Pero es sólo a Cristo al que entierra Sevilla este atardecer, cuando la Mortaja viene por Dueñas? ¿No está enterrando acaso la propia alegría de la Semana Santa? Suena la campanilla del muñidor y nos anuncia que "Sic transit gloria mundi"... y para nosotros no hay más mundo que Sevilla. Yo ahora tomo los pinceles de Valdés Leal y con palabras pinto el cuadro de la brevedad de la vida. Del racheo que descendía a Cristo ante la Virgen sin lágrimas de la Quinta Angustia, ¿qué se hizo? ¿Por qué rampa de plata se nos fue el Señor de Pasión, el Dios de la madera, ese Nazareno que nació teniendo madera de Dios? ¿Dónde están las aguas del río que miraban pasar a la Virgen del Patrocinio? Secas están las flores rosas de los ojos verdes de la Virgen del Valle. ¿Dónde está el atardecer en que expiró El Cachorro al faltarle el aire de Triana? De aquella perfección regia del palio de la Virgen de la Victoria, ¿qué se hizo? ¿En qué marismas azules de la Redención está ahora la Virgen del Rocío? ¿En qué flota de la Carrera de Indias, fe de ida y vuelta, como una guajira, se nos volvió a la Nueva España del Postigo la Guadalupana de la calle Dos de Mayo? ¿En qué Costanilla quedan las huellas de la Domus Aurea de las Tres Caídas del Señor? ¿A qué confín ha llegado ya el Buen Viaje del Cristo que salió por la ojiva de San Esteban? ¿Dónde el Amparo de una Virgen con la Gracia de la saya hecha con el vestido de un torero de Camas que es la gracia misma de Sevilla? El reloj de la copla le presta sus tientos a tu tristeza:
Viene La Mortaja, suena el muñidor,
y el tiempo me clava como dos puñales
sus dos campanillas en el corazón.
Ahora es cuando te convences de la fugacidad del tiempo, de la vida. Que la Pasión y Muerte del Señor es tu propia pasión por Sevilla, encaminada hacia la muerte. Montserrat, con su manto isabelino de leones y castillos ha hecho Corte romántica de los palcos y ya ha entrado, rotos los relojes y los cuerpos, porque el Cristo de la Conversión nos ha dicho: "Esta semana has estado conmigo en el paraíso que llamamos Sevilla"... Cuando nos damos cuenta, metáfora de la vida, es ya Sábado Santo y estamos delante del paso de la Canina. 
Y en la tarde que también muere como ha muerto el Señor, como va muriendo la propia Semana Santa, la Giralda, que se pone de luto en los azulejos negros de Hernán Ruiz, seguirá proclamando: "Turris Fortissima Nomen Domini": "La Torre Más Fuerte es el Nombre del Señor"... al que en Sevilla llamamos Gran Poder. Y sobre ese cielo de tristeza, el recuerdo de los días del gozo sigue pregonando en la torre mayor el proverbio escrito en el libro del alma de la ciudad que tiene por símbolo a la Fe Vencedora, a la que se le queda para siempre en la mano la palma que estrenó el Domingo de Ramos, y que ahora escuchamos, "entre las azucenas olvidado", como una copla de seises, en su repique de gloria de la Resurrección: 

La Torre dice: "Miradme...
Si me veis como un portento
en este azul de la tarde,
es que proclamo a los vientos
la verdad de que El Más Fuerte
es El que está en San Lorenzo,
Aquel que venció a la Muerte".
Y les juro que pá mí,
con tu palma en el cuadril,
eres tú, Giralda bella, 
Pura y Limpia, eres aquella...
¡Aquella que Está en San Gil!
Y el gozo que me enajena:
ay, si el cielo de Sevilla
tuviera en la Giraldilla,






en vez de la Vieja Dama,
tu carita macarena






del Viernes por la mañana...


He dicho...y ustedes me dirán qué se debe aquí.
 
 
Primera parte del Pregón AQUI





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